Cada día sigo más blogs. Por convencimiento. Me gusta leer todo lo que sigo. He hecho un cálculo aproximado. Invierto, y digo bien, una media de dos horas diarias en leer los blogs que sigo y en aportar mis comentarios y en responder a los que me hacen. Un curro, si, pero me gusta. Este tiempo procuro administrarlo en huecos que voy teniendo a lo largo del día. Uno o dos «kit kat» en el curro, otro antes de ponerme al lío después de comer y, el resto, cuando regreso a casa y antes de acostarme. A veces, tengo la sensación de que no doy más de si, pero creo que mis lectores y los blogs que sigo merecen que les dedique parte de mí tiempo. En los últimos días he leído bastantes post sobre el tema de la violencia de genero, término que no me acaba de convencer porque en determinados asuntos no soy ni políticamente correcto ni correcto a secas. El caso es que estos días he leído varios post sobre ello, y casi todos ellos estaban redactados por mujeres. Empecé creo, la semana pasada leyendo el blog de
Myr, Katy habla a menudo de ello,
María también y la última ha sido
MaS en su recien estrenado blog; y
María Hernández no habla directamente de ello pero cuenta mucho entre líneas. Hombres, ninguno.
Así que hoy, esto no es un post, es un comentario por ellas, (no en su lugar). El único comentario, es el que ya le deje a Myr, que no es más que un texto que ya tiene seis años y que pertenece a Soul India: Y que hoy os dejo. Va por ellas.
UNA HISTORIA DE SHILPGRAM, UNA VERGÜENZA DEL MUNDO
A mí se me hace difícil entender determinadas actitudes de los hombres: no por el hecho de comprenderlas sino por lo absurdo de las mismas. En Shilpgram, un centro de artes tradicionales, el coordinador, un maestro jubilado, me estuvo explicando algunos aspectos de la vida del Rajastán rural: cómo construían las viviendas utilizando para su edificación los más variados materiales; cómo levantaban los muros que cierran las viviendas pensando en la música que produce el viento; la organización familiar de la casa, en la que pueden convivir varias gene-raciones; las diferentes estancias, aisladas unas de otras..., pero lo más sorprendente, lo más indignante del relato, era el funcionamiento de la relación hombre–mujer; por ejemplo: el hombre es el único que duerme sobre una cama, durmiendo la mujer y los niños en el suelo a una distancia prudente. La mujer sólo tiene derecho a acostarse sobre el lecho en los momentos de lujuria. Después, al suelo.
Ignoro si todo empezó con la historia de Adán y Eva, si empezó con el resentimiento de un marido abandonado o el despecho a un juez enamorado que dictó una sentencia de odio que durante siglos nunca se pudo apelar. El hecho es que en Rajastán, en India, en el Mundo, la mujer quedó relegada a una vida de esclavitud, de aparato reproductor; un juguete de entretenimiento, un alivio para la calentura del cuerpo, un trofeo no ganado... Todavía hay cazurros que piensan que son cargas que solucionan problemas domésticos. El paso de los siglos ha suavizado la situación, pero aún queda mucho camino por recorrer.
En India, no se ven muchas mujeres por la calle en comparación con el número de hombres. Esto obedece a sus costumbres, no muy diferentes de las de algún europeo prehistórico por las cuales la mujer debe permanecer en casa y tener obediencia ciega al marido o a ocultarse detrás de un velo confeccionado con la tela de la vergüenza. Aunque oficialmente el Sati —inmolación de la mujer tras la muerte del marido— está prohibido, muchas siguen muriendo en las piras funerarias de sus esposos o son arrojadas al infierno del desprecio, a las esquinas de la humillación. No tienen derecho ni a la indiferencia, que les permitiría ser ignoradas; pero no señaladas ni obligadas a ser despojo de una sociedad cruel disfrazada de buen rollo y espiritualidad.
Todas estas cosas me parecen tan lamentables, tan absurdas que no entiendo cómo las mujeres se siguen casando con hombres que actúan así, aunque en la India no se casan, las casan.
Y esto ocurre, por desgracia en casi todo el planeta: que los hombres y mujeres somos distintos es obvio; tanto en el plano físico como en el emocional; que reaccionamos de forma diferente según las circunstancias y los estímulos, también; que tanto unos como otros no acabamos de entender la igualdad de sexos, lo demuestra el hecho de que ni los hombres ni las mujeres estamos preparados para ello: el hombre por simpleza de quien ve como pierde el poder de algo que nunca le correspondió. La mujer «liberada» en la sociedad occidental, porque dependiendo del dónde y del cuando elige la baraja con la cual quiere jugar.
La igualdad no consiste en compartir las tareas de la casa ni las responsabilidades familiares ni tan siquiera en igualar los grados de libertad, sean éstos en uno u otro sentido. La igualdad consiste en eso y mucho más: en el mutuo respeto entre personas, sean estos hombres o mujeres. Y mientras esto no ocurra seguirán existiendo las desigualdades, las reivindicaciones, los problemas y los asesinatos cometidos por gente con neuronas descerebradas.
El maestro, que sabía que ya había sido derrotado por la vida y que recordaba con ojos vidriosos, ojos rojos de fondo amarillo, tiempos mejores en los que había estado hasta en Estados Unidos, en Vermont, durante seis meses dando clases, me explicó el significado que algunos animales tenían para ellos: el elefante representaba la felicidad; el camello, la ley, la justicia, la fidelidad; el caballo, la riqueza. Había más animales, pero ya me perdí. Intentaba comprender por qué los animales eran portadores de valores, estados de ánimo y símbolos de la suerte. ¿Las mujeres?, ¿qué eran las mujeres para ellos? No entendía nada.
Esto era India, todo tenía su significado y cada significado podía ofrecer diferentes interpretaciones.
Uno, que no está acostumbrado a las complicaciones piensa que para aprender o comprender esto harían falta cursos enteros.
Soy una cabeza dura y hay cosas que no me entran por mucho que me las expliquen.