Esta semana he estado un poco vago.
Además he comenzado los preparativos del viaje de este año lo que me ha ocupado
bastante tiempo. Por ello, os dejo otro de los capítulos de Soul India que no
había sido publicado. Por cierto, hay una nueva edición de Thinkings Souls con un experimento curioso.
Feliz semana
Las ráfagas de arena quedaban atrás. El
amarillo del horizonte cada pocos kilómetros mudaba a ocre y verde. Después de
haber superado una semana de calor intenso en la que la media de litros de agua
trasegados superaban ampliamente los cinco diarios, ascendíamos hasta Mount
Abu, al sureste de Rajastán y fronterizo con el estado de Guajarat, donde las
temperaturas se suavizaban, aunque persistía el
calor del infierno indio.
Mount Abu es el asentamiento más alto de
Rajastán y la subida de treinta kilómetros, por una carretera de curvas que
acababan en el abismo, ahogaba a un coche que demandaba oxígeno. Renunciamos al
aire acondicionado y subimos de ciclista: esforzados y llenos de sudor. Por lo visto Mount Abu, era un
localidad donde los maharajás se retiraban a descansar y aprovechar las brisas
de las montañas. Actualmente es un centro turístico al que acude la clase media
de Delhi y de Rajastán huyendo del
calor. Asimismo, según me contaba Dinesh, una zona donde acuden los recién
casados en su luna de miel. Mount Abu, fue la etapa más apacible y relajada de
cuantas visitaría, a excepción de Mandawa que es muy pequeño y sólo estuve una
noche y unas horas.
La idea de venir hasta Mount Abu no fue por ver parejas de
recién casados ni enterarme de cómo se divertía la clase media india. Mi
curiosidad no alcanzaba a tanto. El principal motivo había sido admirar los templos jainistas de Dilwara. Cuando planifiqué el viaje pensé que era un capricho que me
haría perder tres días de mi apretado programa de viaje: otra cruzada de
cables. Pero viajar es también cambiar, dejar de pertenecer por unos días a esa
Europa de manual que inevitable-mente llevamos dentro y volver a ser como nos
parieron, no como nos hicieron. Una vez
que has visto los templos, juzgas que el instinto a veces es el mejor
consejero.
Los jainies cuya religión impide dañar
cualquier jiva —alma—, se caracterizan por su pacifismo, llegando a
barrer el suelo que pisan con delicadeza,
con el fin de no dañar el alma de ningún ser vivo. Para ellos, el agua,
el aire, el fuego, las plantas son seres vivos que deben ser respetados. La
naturaleza es alma y cada alma es pura. Se someten a una férrea disciplina en
la que para alcanzar la liberación del ánima siguen la vía del ascetismo, la
meditación, el rechazo a las pasiones, a los apegos... No creen en las castas y
los negocios deben hacerse de forma justa y honrada; tendríamos que tomar nota
de esto último. Algunos de ellos van desnudos como símbolo de pureza, y en las
comunidades se admiten monjas que pueden verse en los templos orando o haciendo
puja ante sus deidades. Este ascetismo contrasta con los templos: si
bien desde el exterior no muestran ningún signo de riqueza, una vez que
traspasas el umbral, te encuentras en un interior profusamente decorado con
esculturas de mármol que tardaron más de catorce años en esculpirse por una
legión de albañiles.
Son
templos con aire de monasterio en los que pedirías asilo espiritual. Son
realmente espectaculares: cinco templos elaborados con mármol, hechos con la
devoción de quien considera que el trabajo es creación. Templos en los que cada
friso, cada columna, son esculturas intrincadas en la piedra, talladas con una
perfección tal, que los dioses, los
bailarines, los animales, las escenas religiosas parecen tener vida. Imágenes
que explican más que las palabras; imágenes que aunque pasases años
contemplándolas serías incapaz de asimilar. Tus ojos no están preparados para
tanta belleza: Dios nos hizo imperfectos.
En el mundo hay monumentos a los que se
les da una importancia exagerada cuando los de Dilwara deberían figurar entre
los más hermosos del mundo. Al ser templos jainistas no se puede entrar con
nada de piel ni las mujeres en época de menstruación ni, en éstos, con la
cámara de fotos.
Es curioso, en India se pueden
clasificar los templos de dos maneras a efectos de saber si el culto tiene la
máxima importancia o aprovechan el templo para hacer negocio, como ya ocurre en
casi toda Europa. Es fácil: si a los extranjeros no les dejan pasar ni les piden dinero para entrar, se puede
decir que los aspectos religiosos priman sobre cualquier otro.
En Dilwara sólo piden respeto y, a
pesar del turismo, son religiosos: hermosos.